sábado, 18 de julio de 2015

Yaya María

    San Pedro dormitaba en su garita mientras permanecía de guardia a las puertas del cielo. Le gustaba la ropa clásica y seguía vistiendo la típica toga romana de color blanco acompañada de unas caligas a juego. En una de sus cabezadas creyó soñar con un ángel que en forma de mujer le tocaba el hombro con manos de dedos torcidos. No era un sueño, allí estaba ella, con su mejor traje y su cara de contrariedad por no atenderla con prontitud.

     A ella le hubiese gustado presentarse con su níveo pelo recién salido de la peluquería,  no pudo ser y en el fondo la irritaba.

     San Pedro la observó con detenimiento, se apoyaba en un bastón e irradiaba mucha fortaleza. Comprobó en su ordenador el fichero de creyentes, ahí estaba; María, de Casa el Seco, casi noventa y ocho años de edad. Leyó su ficha con detenimiento y se quedó asombrado de su currículum, era una de los mejores miembros de la Comunidad. Había una pequeña anotación  al margen que lo ensombrecía un poco:  "es una rebelde que se niega a abandonar a su familia, nos ha costado mucho convencerla para que iniciará el viaje hacia la luz".  Luego leyó en voz alta para que ella le escuchará:

— "Sin hijos, pero ha criado  a tres generaciones. Su casa ha sido el hogar de toda la familia durante décadas. Ha intentado educar, de la mejor manera posible, a todos los que han pasado bajo su cuidado. Trabajadora, generosa y toda una vida dedicada a los demás."

Impresionante. Un historial que está muy por encima de la media. Ahora mismo le abro la puerta para que pase a la zona de recepción. Allí le darán instrucciones de cómo proceder, pero por lo que he leído seguro que le asignan un papel destacado, también tiene la opción de elegir a que va a dedicarse durante toda la eternidad.—
— A mi me dejan tranquila y deme una silla que me estoy cansando de estar de pie.— Le respondió ella con tono de cansancio.
— El viaje agota, es normal que se encuentre así. En cuanto entre por la puerta notará la transformación que se producirá en usted: físicamente aparentará la edad en la que se sienta más cómoda, dejará de sentir ningún tipo de placer o dolor corporal, se convertirá en un Ser Celestial.—
— A mí eso me dona igual, lo que yo quería era seguir estando y continuar cuidando de la familia que eso es lo más importante. Y ara anem cap a dins y déjese de monsergas.—

         San Pedro le abrió las puertas y la acompañó a recepción, nada más cruzar la puerta del cielo el cambio se produjo; rejuveneció decenas de años, dejo de apoyarse en el bastón y su mirada traviesa se fijaba en todos los detalles.  Al llegar la introdujeron en la habitación del último contacto. La invitaron a sentarse delante de una pared blanca, seguidamente le explicaron que si quería podía ver los últimos momentos terrenales que había compartido con su familia. Luego podría elegir su futuro o se le asignaría una función que cumplir. Ella que estaba preocupada enseguida aceptó las condiciones y les dijo que pusieran en marcha la película.  Las imágenes se sucedían de manera ininterrumpida, apenas se detenían en los presentes, al momento se vio tumbada dentro del ataúd en la iglesia del pueblo.

Eixò vull veure-ho bé.—  Dijo ella, esa escena le interesaba.

     La imágenes retrocedieron hasta la llegada del cortejo fúnebre, luego la entrada a la iglesia,  los que allí se encontraban y el transcurso de la misa. Después de la comunión sucedió un hecho que no era habitual, Yaiza (una de sus biznietas sobrinas)  se dirigía al altar y el sacerdote le encendía el micro invitándole  a decir unas palabras, ella, con calma forzada,  desdoblo el papel donde había anotado las palabras que le iba a dirigir y comenzó a leer:
— "Bueno yo solo quería decir que se ha ido la mejor persona que ha pisado la tierra, la mujer más luchadora, que a pesar de todo ha aguantado los golpes y baches de la vida como una campeona. Ahora me arrepiento de no haber podido decirte te quiero  todas las veces que me hubiera gustado decírtelo y si me escuchas ahora mismo desde allí arriba..."—
Clar que t'escolte filla meua.— pensaba María.
—" ... ¡Te quiero! Espero que estés orgullosa de mi a cada paso que dé, porque yo lo he estado de ti y siempre lo estaré. Yo sé que me  darás la mano en mi camino y espero llegar un día a ser como tú, ya que gracias a ti he aprendido que hay que luchar hasta el final. Tu camino, desgraciadamente, se ha acabado, pero espero que en el mío me acompañes cogida de mi mano. Yaya María, estuviste, estás y estarás siempre en mi corazón ¡te quiero!"—

     Un aura de amor envolvió al nuevo Ser Celestial y confirmó su convicción de seguir velando, desde el Cielo, por los suyos. Ese iba a ser su papel, se convertiría en el ángel de la guarda de todos ellos. 

viernes, 20 de marzo de 2015

Hotel Cápsula

    Dejaron aparcado el Mercedes-Benz C 220 BT delante de la puerta, que previamente habían alquilado para que me trajeran aquí. El complejo estaba bastante bien situado; una zona tranquila, buenas vistas y buenos accesos. Además, era un sitio con mucha historia, la puerta databa de principios del siglo XX  y algunas partes de la estructura eran, incluso, cien años más antiguas.  Con el paso del tiempo habían ido ampliando con construcciones más modernas.  Grandes árboles rellenaban los huecos del jardín y en los días de viento recitaban una melodía que se oía en varios kilómetros a la redonda.
  Me ayudaron a bajar y entramos en el recinto. Los empleados del establecimiento comprobaron, primero,  que estaban los papeles en regla, seguidamente nos fueron indicando entre los numerosos pasillos por donde acceder. A derecha e izquierda teníamos interminables filas de habitáculos ya ocupados por los que llegaron antes. Aún siendo un día entre semana y a las cinco de la tarde, el local estaba bastante lleno y me asignaron un aposento en la  zona más nueva.
     Precisamente, la semana pasada,  en la televisión  vi un programa sobre estos hoteles de cápsulas, pero era en Japón, estaban de moda y eran muy utilizados para temporadas muy cortas de descanso. Aquí en España, por ejemplo en Valencia, se comenzaron a construir en 1808, por lo que imagino que los asiáticos nos copiaron  la idea.   Para mí era la primera vez, yo siempre me había alojado en hoteles convencionales  y por uno o varios días.
     Calle XXI, fila veintitrés, número cinco,  esta era mi habitación. Con cara indolente los empleados  me ayudaron a entrar. Se despidieron de mí y cerraron de forma cuidadosa el hueco para que pudiera descansar tranquilo. Ahora me encontraba solo, metido en una cápsula; sin luz, sin tele y rodeado de un silencio absoluto.
     Al día siguiente una preciosa muchacha, vestida con un mono de trabajo, después de limpiar la zona, ordenar unas flores y ajustar una cruz medio caída,  se plantó frente a mi pequeña puerta, colocando a continuación una placa donde se podía leer varias cosas, entre ellas  mi nombre y una frase muy peculiar: " Descanse en Paz"