martes, 28 de mayo de 2013

SALIDA AL CAMPO


Después de varios días de lluvia y frío,  por fin ha salido el Sol. No era muy potente, pero lo suficiente para estarse calentito donde pegaban sus rayos. Ante este magnifico día, comparado con el resto, Toni decidió que saldría a correr un rato, calculó que tendría que irse sobre las cinco de la tarde para que el ocaso del sol no le pillara, todavía estaban en invierno y anochecía temprano.

     Al final, entre visitas y personas conocidas que se iba encontrando a la vuelta de la compra,  se retrasó más de lo habitual. La comida, entre prepararla y disfrutarla casi se merienda, por lo que a la hora prevista todavía no estaba listo para salir a rodar. Eran más de las cinco y media cuando, embutido en sus mallas negras con franjas naranjas y dentro de su cortaviento azul marino, salía de casa en dirección al campo. Aunque el astro rey todavía calentaba, las ráfagas de viento eran  fresquitas. Inició su andadura, a la salida del pueblo echó a correr despacio, cuando llegó a la primera pista aumentó el ritmo,  le quedaba menos de una hora para que la noche le cayera encima.

     Toni corría y corría, quería llegar al punto kilométrico marcado en menos de treinta minutos, el camino de tierra subía y bajaba adentrándose en el bosque. La prudencia le debía de haber  advertido de que las subidas pronunciadas las tenía que hacer a un ritmo muy inferior, pero esa virtud se encontraba de vacaciones. Predominaba la sensación de miedo a la oscuridad en  esta zona solitaria plagada de árboles y ruidos de la naturaleza.      Y lo que era lógico que sucediera… sucedió. Toni reventó como el Lagarto de Jaén, el fuerte ritmo impuesto, la cantidad de bajadas, subidas y la falta de un entrenamiento continuado le pasaron factura. Él no quería parar, su obsesión era seguir corriendo, pero el cuerpo y la cabeza no le acompañaban. Paró, se puso a andar y a beber de la botellita que llevaba encima. Todo comenzaba a darle vueltas, le costaba respirar y un malestar, cada vez más profundo le entraba en la boca del estomago. Tuvo que apoyarse en un árbol, se sentó y buscó con la mirada a cualquier persona que anduviese por esos caminos… lo último que vio fue un trozo de cielo lleno de nubes de un color gris oscuro.

     Despertó desorientado, le dolía mucho la garganta y tenía sensación de nauseas. Sentía frío y todavía se encontraba un poco mareado. Poco a poco fue recuperándose.  Había perdido el sentido, posiblemente por una lipotimia. Se levantó y reemprendió el regreso a casa. La oscuridad era casi completa, se conocía el camino y apenas estaba a seis kilómetros del pueblo, pero rodeado de vegetación y sin luz no podía evitar que el miedo le invadiera. Cualquier ruido le alarmaba; un conejo que salía disparado de un matorral por el que  él pasaba, un grupo de perdices que asustadas elevaban el vuelo o el roce de sus ropas. De nuevo inició el trote, con precaución para no destrozarse un tobillo o no tropezar, la visibilidad era escasa.

     Era una noche cerrada, las nubes ocultaban la luna y las estrellas, la poca luz que se escapaba de entre esas bolas oscuras de algodón dibujaba figuras fantasmagóricas ayudadas por los árboles y arbustos. Toni tenía dos opciones; dejarse llevar por la desesperación o mantener la cabeza fría y llegar a casa. Optó por lo segundo. Sabía que; paso que daba era un metro menos que le faltaba para llegar, por lo que se impuso correr despacio pero de forma continuada. Su mente la ocupó con imágenes del bosque en pleno amanecer: los colores vivos, los cantos de los pájaros, cientos de olores maravillosos y esa sensación de libertad que le invadía. Se embutió en esa idea y siguió hacia adelante. 

     Gruesos goterones de agua le golpeaban en todo el cuerpo y la temperatura bajaba más a cada momento, apenas le quedaban tres mil metros para llegar a la entrada del pueblo. Era imposible avanzar, tenía que buscar un lugar seguro y seco hasta que amainase la tormenta. Recordó que a pocos metros se encontraban las ruinas de unas pequeñas instalaciones de la vieja mina, apenas veía y se esforzó por vislumbrar algún pequeño indicio que le guiase, aunque con esa oscuridad era imposible ver nada. A su parte derecha creyó ver un pequeño resplandor y se dirigió a él con mucha precaución. La pequeña emisión se movía despacio y lo fue guiando hasta que encontró la casa adosada a la montaña. Evitando los escombros entró por lo que creía que había sido alguna vez la puerta. Toni se guiaba por la suave luz que veía al fondo, de su boca salieron palabras de aviso advirtiendo de su entrada en la casa: ­— ¡HOLA!, ¿HOLA?, ¿hay alguien ahí?— decía con voz temblorosa.
— Solo busco refugio, hace frío y llueve demasiado fuerte, ¿hola?—.
A medida que hablaba y cuando llevaba bastantes metros andados, se acercaba a la habitación vagamente iluminada. Se asomó, vio a un chico de entre trece y dieciséis años de edad, sentado, de espaldas y con las manos extendidas hacia una vela.
— Hola, me llamo Toni y busco refugio. ¿Te importa que me quede contigo un rato?
El muchacho se giró y  le hizo gestos para indicarle que se aproximara. Lo hizo, la luminosidad de la vela reconfortaba pero hacía mucho frío, una corriente de aíre que provenía de una esquina, al fondo de la habitación, de lo que debió ser un derrumbe parcial del techo, lo estaba congelando. El joven extendió su brazo y con su dedo señaló una chaqueta que estaba tirada en un rincón llena de polvo. Toni se levantó, la cogió y se la puso, le venía pequeña pero no le importó, necesitaba entrar en calor. Los minutos fueron pasando y el muchacho no decía nada, se limitaba a estar sentado junto a la vela. Después de un buen rato, o eso le pareció, la calma secundaba  la tormenta dejando de llover. Toni se levantó y le dijo al chico que deberían marchar, que tenían que volver, era hora de que regresaran al pueblo. El joven le miró mientras se incorporaba, una gran sonrisa ocupaba su cara y le dijo adiós con la mano  a la vez que Toni salía de la construcción, apagó la vela y se encaminó hacia la parte destruida de la habitación donde se encontraba.

     Toni nada más entrar en el pueblo se topó con la Benemérita, el coche de la Guardia Civil con las luces giratorias azules encendidas frenó delante de él y bajaron el sargento y el conductor — ¿Toni García?, ¿Eres Toni García?
— Sí, soy yo. He tenido problemas con la tormenta, pero por fin he llegado.
— Hemos recibido aviso de Doña Juliana, usted había salido por la tarde a correr y no tenía constancia de su regreso. Íbamos ahora a buscarlo— le informó el sargento.
— Siento mucho las molestias, me ha pillado el aguacero, se me ha hecho de noche  y no podía continuar. Me he tenido que refugiar en La Mina.
— No pasa nada, para esto estamos. Suba al coche y le llevaremos a su casa, necesita una buena ducha y quitarse la ropa mojada.

Entró al coche y cuando llegaron a la puerta de su domicilio, se encendieron las luces interiores del habitáculo, el sargento se giró en su asiento y se dispuso a despedirse de Toni, antes de decir nada su cara cambió, estaba blanco y señalándole dijo: — ¿esa chaqueta es tuya?, ¿de dónde la has sacado? ¿DIME DE DÓNDE LA HAS ENCONTRADO?
— No es mía señor, tenía frío y la cogí de la ruina donde me cobijé en La Mina. Estaba tirada en el suelo de la habitación— le respondió.
— Tendrás que acompañarnos, nos vamos a La Mina. Llévanos, exactamente, al lugar dónde has encontrado esa chaqueta.

     Toni, cansado y aterido de frío, no entendía nada, pero intuyó que algo grave estaba sucediendo y que se había visto involucrado. Les fue explicando cómo llegar al cuarto de donde recogió la chaqueta y les indicó como llegar con el coche al sitio  exacto. El sargento cogió la linterna y bajó muy apresurado adentrándose en la casa medio derruida. Él se quedó en el automóvil y le preguntó al conductor qué era lo que estaba pasando. La historia era sencilla y trágica;  en un día como hoy, hace dos años  exactamente y  también con tormenta, su hijo de catorce años desapareció. Hasta el momento nadie había tenido noticias suyas. Se le buscó por los alrededores del pueblo, se hicieron batidas por los bosques, pero no se le encontró. Tenía la costumbre de salir a pasear y a correr solo. Ese día había salido a pasear y llevaba puesta una chaqueta muy parecida a la que había  encontrado, fue un regalo de su padre  por su cumpleaños. De repente, un grito desgarrador rompió la noche, el Guardia Civil saltó del coche, con la linterna en una mano y la pistola en la otra, se introdujo en la casa llamando a su superior. Toni fue detrás… al llegar a la habitación donde él se había protegido de la tormenta  vio al sargento quitando cascotes de la zona que estaba parcialmente derruida y al número enfocando con su linterna. Se acercó y pudo ver que debajo de aquellos escombros se encontraba un cuerpo que portaba la misma ropa que el chico que le acogió.

     Al día siguiente Toni tuvo que personarse en las dependencias de la Guardia Civil para relatar lo acontecido y firmar su declaración. Naturalmente, y para que no le tomaran por loco, modificó un poco la historia. Aunque y a pesar de la tragedia, en su fuero interno, estaba muy agradecido a ese joven que se levantó de entre los escombros convirtiéndose  en su Ángel de La Guarda.