domingo, 4 de mayo de 2014

LA DICTADURA DEL TIEMPO

Casi cien años tenía la antigua fábrica, se encontraba vieja, además en estos momentos no estaba ni al cincuenta por cien de su producción y  nunca volvería a tener la capacidad que tenía antes, aún así, cumplía con creces los objetivos marcados por la dirección y todavía realizaba las funciones asignadas sin ayuda de equipos externos. Estas directrices se iban adaptando al paso del tiempo y al estado de las máquinas.
Nació en 1917. Por sus ventanas pasaron dos guerras mundiales y una dura guerra civil. Todo comenzó de maravilla y pronto se vio que era una fábrica con mucho potencial. En sus primeros treinta años llegó incluso a unirse a otra empresa, fueron años felices, pero efímeros. La otra industria tenía graves problemas y se fue abajo. Vinieron momentos malos que tuvo que solucionar centrándose en el cuidado y formación de nuevos ejecutivos. En la época actual la producción se centraba en el propio mantenimiento de su estructura y su entorno.
De dos décadas a hoy se le sometía a diferentes revisiones técnicas anuales para poder conservar, y alargar en la medida de lo posible, su duración. En algunos de estos exámenes se le aplicaban tratamientos que el propio edificio rechazaba por los efectos inmediatos que producían. Tras  hacer urgentes reparaciones en la fachada para evitar que un mal se extendiera, el deterioro avanza; la maquinaría se va quedando obsoleta y absorbe menos materia prima, la producción baja de manera alarmante  y perjudica a la viabilidad de la empresa. Lo más preocupante es que el último ingeniero que la visitó ha detectado un pequeño incendio en una de los aparatos, un fuego que se está extendiendo y que no se puede solucionar. El difícil acceso y la fragilidad de la estructura no permiten el paso a la zona. El tiempo, que es impasible, será el que decida cuando el último grano de arena marque el previsible final. Mientras, desde el exterior, observamos que la antigua fábrica aparenta todo su esplendor y, todavía, se resiste a mostrar signos de debilidad. Cualquier día de estos se vendrá abajo, solo nos quedaran los buenos recuerdos y la eterna gratitud por todo lo que nos ha aportado y enseñado.
     Recostada en el sillón, cubierta con su batín azul y cara al televisor de la salita. Su pelo blanquecino y revuelto. Sus gafas más modernas y ligeras, que las anteriores, disimulan las manchas rosáceas que le recubren la cara. A la vista tiene las manos, las ha dejado caer en su regazo, mirarlas es como introducirse en una película de ficción; sus dedos retorcidos parecen sarmientos que debían de haberse podado muchos inviernos atrás. Nota mi presencia, abre los ojos y me sonríe. Ella nunca dejará translucir el dolor que en algunos momentos debe de sentir, no sabe nada, nadie se lo ha dicho, simplemente de vez en cuando nos comenta:
      —Últimamente no me encuentro muy bien... será del tiempo.
      A lo que le contestamos con una sonrisa. —Sí, al tiempo que usted tiene.