domingo, 1 de junio de 2014

LA ROSA BLANCA

  Por fin, después de un viaje de más de siete horas llegamos a este pueblo perdido en la Castilla profunda, atraído por una oferta de trabajo encontrada en internet y confirmada por quien ejercía la labor de autoridad local.
     Me presente en el domicilio del responsable y me llevó al que sería  mi hogar, por lo menos en los próximos doce meses. Una antigua casa, en el centro del pueblo, eso sí, reformada y recién pintada. No era lo que esperaba, yo me había imaginado que estaría situada cerca del bosque donde iba a trabajar de forestal. Buscaba soledad y tranquilidad, aunque pensándolo bien iba a ser algo parecido, me encontraba en un pueblo que apenas tenía 25 habitantes.
     Cuando me quedé solo y acomodado pude echar un vistazo a mi humilde morada; un sótano vacío, una planta baja sobriamente amueblada y un primer piso con habitaciones grandes y espaciosas.  Era enorme para mí solo, demasiado diría yo, imagino que esperaban una familia completa y no a un divorciado cabreado con el mundo.
    La primera noche fue de celebración, la botella de ron (especial para la ocasión) fue engullida en su totalidad y la borrachera tremenda, incluso creía haber escuchado ruidos y ver una mujer vestida de negro, con el pelo muy largo, que me dejaba un jarrón con una rosa blanca en la mesita de noche. El despertar fue parejo a la movida nocturna, un resacón del demonio me acompañó durante todo el día.
    La semana pasó veloz, durante el día vigilando el bosque y por la noche  orgía alcohólica, pero siempre la misma visión nocturna, dentro de la nebulosa de un borracho aficionado, una mujer vestida de negro, con el pelo muy largo, que se paseaba por la habitación y me dejaba un jarrón con una rosa blanca en la mesita.
     El sábado por la noche me invitaron a la reunión semanal de los vecinos y vecinas del pueblo, personas mayores y algunas familias, no pasábamos de la veintena. Se trataron temas del pueblo, posteriormente unos vinos,  cervezas y un poco de música para amenizar la velada, era el poco ocio que tenían disponible. Al ser la novedad, las pocas señoras mayores me sorteaban para bailar "agarrado". Yo me limitaba a complacerlas y a beber vino. Poco a poco me quedé solo y me marché a casa. Apenas pude llegar, la bebida del dios Baco me tenía los sentidos embotados. Al entrar me esperaba la figura de la mujer vestida de negro junto al sofá, se levantó rauda y me llevó a la ducha, me desnudó y abrió el grifo por el cual cayeron chuzos de punta que me dejaron el cuerpo helado y dolorido.    No sé cómo llegue a la cama, desnudo y tiritando de frío, lo único que puedo recordar es un cuerpo caliente y suave que se pegó a mí. Por la mañana, estaba solo y con mi amigo el dolor de cabeza, eso sí, el jarrón con una nueva rosa blanca seguía  encima de mi mesilla de noche.
     El domingo tenia fiesta, confundido por lo acaecido durante la semana, decidí salir a pasear para despejarme y pensar un poco. O yo me estaba volviendo loco a causa de mi adicción al alcohol o algo raro estaba pasando. Era hora de averiguarlo. Me pasé la tarde limpiando la casa, tiré por el retrete toda bebida alcohólica que pude encontrar; vino, ron, ginebra, cava, anís y coñac. Deje la casa limpia y me di una ducha con agua caliente. Me puse un pijama limpio y me senté en la cama a esperar a la figura de la mujer vestida de negro. El tiempo pasaba y no aparecía nadie. El cuerpo me pedía a gritos que me tomase un chupito de algo con más de 35º, cuando no pude aguantar más me fui a rebuscar por la cocina, no encontré nada así que bajé al sótano, deseaba que alguien se hubiese dejado algún cajón con bebida o encontrar una bodega secreta. Nada de nada, estaba completamente vacío. Apague la luz y me dispuse a subir las escaleras, me sentí observado y miré a la oscuridad de la sala, creí ver, durante unos segundos,  que de las rendijas de los ladrillos brotaban pequeños destellos luminosos. Enseguida desaparecieron, por lo que imaginé que había sido una mala jugada por mi abstinencia. Volví a la cama, me tapé. Me encontraba mal, sudaba copiosamente, pero tenía frío. Pronto comencé a delirar, en mis pesadillas la figura de la mujer vestida de negro  me protegía de los animales del bosque, me sonreía y me pasaba un paño húmedo por la frente, brazos y piernas.
     La mañana era fresca, bajé a la cocina y me encontré caldo de pollo casero en la nevera. No recordaba haberlo hecho, aún con las dudas, me lo tomé todo, estaba hambriento y sediento. Me fui a trabajar, necesitaba explicarme que me estaba pasando. No conocía a nadie con el que tuviera suficiente confianza para pedirle ayuda. Era un asunto que tenía que resolver yo.
     Al llegar a casa pude confirmar que no me estaba volviendo loco, mi hogar  estaba limpio y ordenado. Una rosa blanca y recién cortada, metida en un jarrón encima de la mesita de noche, me daba la bienvenida. No era un fantasma, la mujer vestida de negro existía.
     Ligeros ruidos me despertaron, despacito deje que mis ojos se habituaran a la oscuridad. Una negra sombra  se sentó a mi lado, notaba que me miraba, aunque yo no la veía. Yo me hice el dormido, quedándome atento a lo que pudiera pasar. No sé cuanto rato transcurrió, creo que mucho, la figura de la penumbra  me besó en la mejilla y abandonó la habitación. Me levanté despacio y la seguí a hurtadillas. Se metió en el sótano y cuando llegué, ya no estaba. ¿Me estaba volviendo loco? ¿era un sueño? No, un sueño no era, lo pude comprobar al golpearme en la cabeza con el dintel de la puerta del sótano, el dolor era muy real.
     Por la mañana no fui a trabajar, esto no podía seguir así. Me vestí, desayuné y cargado con herramientas me bajé al sótano. Apagué la luz y con una linterna me puse a buscar. No encontraba nada y de pronto me acordé del resplandor de luz de la otra noche. Me centré en esa zona y en los ladrillos de alrededor. Cuando estaba a punto de desistir un ladrillo se hundió a la presión de mi mano. Una parte de la pared se movió dejando un hueco lo suficientemente grande para que cupiera una persona. Entré y la historia me engulló.
      Me hallaba en un espacio, no  muy grande, todo de piedra, seguí hacia delante y traspasé lo que antaño debió de ser una puerta. Una sala inmensa toda de piedra y con columnas talladas exquisitamente me recibió, necesitaría más luz para poder ver realmente donde me encontraba. De la parte izquierda, al fondo, salía un pequeño resplandor. Me dirigí allí, era una especie de aposento, no muy grande. Disponía de una chimenea enorme al fondo, y por causas que no logro a entender, la luz solar se filtraba e iluminaba un fabuloso rosal que crecía dentro del tiro de la misma. En la parte este de la habitación un camastro ocupado me llamó la atención. Me acerqué y allí pude observar a mi fantasma particular,  la mujer vestida de negro, con el pelo muy largo, estaba durmiendo plácidamente. Le hice compañía un rato y luego, tiernamente, la bese en la mejilla. Volví a subir a la casa, cogí un folio y le dejé un mensaje: “BIENVENIDA A NUESTRA CASA, NOS VEMOS ESTÁ NOCHE”.