Apoyado en la pared esperando a
que el tiempo transcurriera, las moscas revoloteaban por mi cara obligándome a
estar continuamente con las manos en movimiento para espantarlas. No éramos
muchos, algunos con cara triste, apesadumbrada y otros charlando animadamente
contándose lo acontecido en el tiempo que no se habían visto. El coche fúnebre
aparcado delante de la puerta de la iglesia ponía en situación a los viandantes
que pasaban por la plaza. Pocos eran los que se encontraban dentro de la
iglesia siguiendo el rito religioso. En mi soledad me dio tiempo a recordar
los años pasados de mi infancia en los
que había tratado con el fallecido. Gracias a él conocí el vídeo y la tele en
color, mis primeras colecciones de libros eran las que nos regalaba porque ya
no le cabían en las estanterías. Algunos de los regalos de Navidad; libretas,
lápices y gomas de borrar eran para mi los mejores presentes del mundo. La
última vez que lo vi fue en la sala de espera de nuestro Centro de Salud,
hablamos de política y de religión. El tenía ideas muy progresistas, nunca
creyó en la Iglesia
como institución y ahora las costumbres locales y tradiciones culturales habían
“obligado” a su familia a enterrarlo siguiendo el rito católico, “invitándole”
a entrar en un recinto que apenas había pisado en vida. Aunque pensándolo bien,
ahora tampoco la estaba pisando, más bien descansaba fresquito en su envoltorio
de pino mientras los demás estábamos pasando calor y soportando a las pesadas
moscas. El clásico pasacalle hasta el cementerio fue rápido, él en el mercedes
de alquiler y nosotros detrás con paso ligero buscando las sombras de los nichos que
nos cobijasen del calor. Tras pasar el ataúd por la obertura de su última
morada y mientras decenas de ojos inspeccionaban el cierre, le dedique un
último pensamiento; que tus ideas sigan fluyendo en la eternidad y que alguien
las pueda aprovechar.