El pulpo con patatas estaba delicioso, los culines de sidra se sucedían
de una manera vertiginosa, por lo que las botellas se acumulaban encima de la
mesa. Estábamos en una fiesta de prado. Un camión escenario iniciaba su proceso
de transformación, en menos de una hora, de sus entrañas nacería un completo
escenario donde el dúo "Luna Blanca" actuaría para el deleite del
personal. Pero eso no lo verían mis acompañantes, cansados de hacer turismo
durante todo el día y ya hastiados de beber y comer optaban por marcharse a la
casa rural. Yo quise quedarme un rato más, necesitaba seguir disfrutando de la
fiesta y no podía terminar el día sin un merecido ron con cola.
En la larguísima barra tropecé con mi vecino de alojamiento, un tipo de edad mediana y con cara de pocos amigos. Me saludó de manera forzada y después de recoger su bebida se marchó con su familia que ocupaba una mesa en una esquina de la carpa. Su pareja era una mujer de piel morena, no pasaría de los treinta y cinco años, no era una belleza aunque, tal vez influenciado por la cantidad de alcohol ingerido, me pareció terriblemente atractiva.
Volví a mi sitio sin dejar de pegar rápidos vistazos hacia esa manzana prohibida. Poco duró mi deleite visual, en apenas cinco minutos se levantaron y me quedé sin punto de interés donde dejar escapar mi imaginación en esos momentos tan placenteros.
En la larguísima barra tropecé con mi vecino de alojamiento, un tipo de edad mediana y con cara de pocos amigos. Me saludó de manera forzada y después de recoger su bebida se marchó con su familia que ocupaba una mesa en una esquina de la carpa. Su pareja era una mujer de piel morena, no pasaría de los treinta y cinco años, no era una belleza aunque, tal vez influenciado por la cantidad de alcohol ingerido, me pareció terriblemente atractiva.
Volví a mi sitio sin dejar de pegar rápidos vistazos hacia esa manzana prohibida. Poco duró mi deleite visual, en apenas cinco minutos se levantaron y me quedé sin punto de interés donde dejar escapar mi imaginación en esos momentos tan placenteros.
Inicié el retorno, ya no tenía ganas de más jolgorio. La zona de casas rurales adosadas se hallaba
a unos 500m. atravesando varios prados, por los caminos se alargaba y era
peligroso por los escasos y veloces vehículos que circulaban. El trayecto no
era largo, aunque poco iluminado y dado mi estado debía de andar con cuidado.
Mi mente seguía empecinada en la mujer morena y la cara de animal de su pareja,
había algo que no cuadraba, andaba con esos pensamientos cuando oí unos
gemidos. Me quedé quieto, no sabía si procedían de la fauna local o de otra
cosa. Detrás de una meda la encontré, escondida tras ese cono de hierba estaba
ella, llorando de manera discreta e intentando hacer el mínimo ruido posible.
Al verme se asustó, sin acercarme más le hablé de forma pausada y calmada. Me
identifiqué como su vecino temporal y se tranquilizó. Poco a poco me fui
ganando su confianza y ella dejo escapar de su corazón todo el mal que le
afligía: un matrimonio fracasado, marido celoso, putero y violento, una
prometedora carrera que dejó escapar cuando tuvo su primer hijo, en definitiva
una vida llena de infelicidad. Se encontraba ahí porque él la había pillado
mirándome en la fiesta y a la vuelta,
amparándose en la falta de luz le sacudió un fuerte puñetazo en el
costado dejándola sin respiración. Tuvo que sentarse y él siguió con los niños
a su destino sin mirar detrás. Ella se había arrastrado hasta ese lugar para estar
sola, apartada y que nadie la viera. Estuvimos un rato más hablando antes de
irnos a dormir, a pesar de las circunstancias yo me encontraba muy a gusto y a
ella le sirvió para aclarar ideas y tomar decisiones de futuro.
Al nacer el día yo ya estaba apoyado contra el tronco de un árbol, junto
al camino que iniciaba su descenso a la zona de aparcamiento. Después de muchos
minutos de espera mis vecinos salieron con las maletas camino del coche, esto
marcaba el fin de sus vacaciones. Él delante, con una maleta en cada mano y
ella a unos pasos de distancia con varias bolsas, no me podían ver, el árbol se
encontraba un poco apartado al finalizar la última casa. Cuando el primero
llegó a mi altura, salí de improviso y de manera sutil mi pie derecho empujó el
suyo izquierdo obligándole a trastabillar, la gravedad hizo el resto. Cayó y
cayó rodando hasta estamparse contra el primer coche estacionado, un golpe
fuerte agravado por la cantidad de piedras, que unos supuestos niños se habían
dejado olvidadas a lo largo de la rampa, y con las que se fue golpeando en la caída. Con
suerte le esperaban unos cuantos días de hospital y ella sería libre para dar los primeros pasos
que la guiarían a una nueva vida.