07: 30 h. de la mañana, 700
participantes entre corredores y corredoras, todos apelotonados y nerviosos
bajo el arco de salida. El speaker avisa de la inminente puesta en marcha, los
últimos corredores se unen a la cola del pelotón. Se oye el disparo y todos
salen apresurados hacia las montañas. El
primer tramo es de asfalto y todos se esfuerzan en llegar lo antes posible al
comienzo del segundo. Thalos cuando llegó ya se estaba formando una fila para
iniciar el ascenso, la primera subida era por un angosto sendero muy complicado
para adelantar y que le obligaba a seguir el ritmo de su antecesor. Al llegar
arriba se metieron en una pista forestal. El ritmo se incrementó, muchos
aprovecharon para adelantar y para recuperar esos segundos perdidos por la
subida. La mitad de la carrera
transcurrió igual; subidas difíciles
junto a pistas cada vez más cortas hasta llegar a la cumbre de la montaña. La
vistas eran increíbles, preciosas y tramos peligrosos que invitaban a extremar
las precauciones. Enseguida el descenso por caminos complicados, con desniveles
altos y muchas piedras. Para quien no tenía técnica era mejor ir con cuidado
para no sufrir un accidente. Los kilómetros costaban en ser recorridos y el
tiempo pasaba demasiado deprisa. Había que volver a bajar por otro camino lleno
de piedras y muy estrecho, las rodillas y los pies le dolían. Él solo pensaba
en encontrar el camino que les llevaría hasta el pueblo. Punto de avituallamiento y otra vez a subir, los árboles le servían
de apoyo y se ayudaba en ellos para
impulsarse. Un impaciente comenzó a pedir paso y a punto estuvo de ocasionar un
incidente. Le recriminaron su actitud. Llegaron arriba y el camino se hizo más
ancho, “el que llegaba tarde” avivó el ritmo y adelantó a todos los que pudo.
Enseguida otra bajada peligrosa, eso no era un camino, era una grieta en la
ladera hecha por la erosión de la lluvia. Thalos extremó las precauciones, era
fácil cometer un error y romperse la crisma.
A unos 500 metros
encontraron al que tenía prisa, tenía una pequeña brecha en la cabeza y unos
arañazos en el cuerpo y seguro que el alma muy dolorida, había pisado una
piedra suelta y resbaló, tuvo mucha suerte al encontrar un árbol que le paró la
caída.
Thalos llegó a la carretera que
les llevaría al pueblo, las piernas apenas le respondían, el cuerpo le pedía
parar, otros corredores y corredoras le pasaban, pero el siguió con trote lento. Entrando al pueblo los vecinos les esperaban, los gritos
de ánimo y los aplausos hicieron que por un momento las piernas dejaran de
doler. Enfiló la larga calle que les llevaría al giro de entrada a meta. ¡Lo
había logrado!.