Después de varios días de lluvia
y frío, por fin ha salido el Sol. No era
muy potente, pero lo suficiente para estarse calentito donde pegaban sus rayos.
Ante este magnifico día, comparado con el resto, Toni decidió que saldría a
correr un rato, calculó que tendría que irse sobre las cinco de la tarde para
que el ocaso del sol no le pillara, todavía estaban en invierno y anochecía
temprano.
Al final, entre visitas y personas
conocidas que se iba encontrando a la vuelta de la compra, se retrasó más de lo habitual. La comida, entre
prepararla y disfrutarla casi se merienda, por lo que a la hora prevista
todavía no estaba listo para salir a rodar. Eran más de las cinco y media
cuando, embutido en sus mallas negras con franjas naranjas y dentro de su
cortaviento azul marino, salía de casa en dirección al campo. Aunque el astro
rey todavía calentaba, las ráfagas de viento eran fresquitas. Inició su andadura, a la salida
del pueblo echó a correr despacio, cuando llegó a la primera pista aumentó el
ritmo, le quedaba menos de una hora para
que la noche le cayera encima.
Toni corría y corría, quería llegar al
punto kilométrico marcado en menos de treinta minutos, el camino de tierra
subía y bajaba adentrándose en el bosque. La prudencia le debía de haber advertido de que las subidas pronunciadas las
tenía que hacer a un ritmo muy inferior, pero esa virtud se encontraba de
vacaciones. Predominaba la sensación de miedo a la oscuridad en esta zona solitaria plagada de árboles y
ruidos de la naturaleza. Y lo que
era lógico que sucediera… sucedió. Toni reventó como el Lagarto de Jaén, el fuerte ritmo impuesto, la cantidad de bajadas,
subidas y la falta de un entrenamiento continuado le pasaron factura. Él no
quería parar, su obsesión era seguir corriendo, pero el cuerpo y la cabeza no
le acompañaban. Paró, se puso a andar y a beber de la botellita que llevaba
encima. Todo comenzaba a darle vueltas, le costaba respirar y un malestar, cada
vez más profundo le entraba en la boca del estomago. Tuvo que apoyarse en un
árbol, se sentó y buscó con la mirada a cualquier persona que anduviese por esos
caminos… lo último que vio fue un trozo de cielo lleno de nubes de un color
gris oscuro.
Despertó desorientado, le dolía mucho la
garganta y tenía sensación de nauseas. Sentía frío y todavía se encontraba un
poco mareado. Poco a poco fue recuperándose. Había perdido el sentido, posiblemente por una
lipotimia. Se levantó y reemprendió el regreso a casa. La oscuridad era casi
completa, se conocía el camino y apenas estaba a seis kilómetros del pueblo,
pero rodeado de vegetación y sin luz no podía evitar que el miedo le invadiera.
Cualquier ruido le alarmaba; un conejo que salía disparado de un matorral por
el que él pasaba, un grupo de perdices que
asustadas elevaban el vuelo o el roce de sus ropas. De nuevo inició el trote,
con precaución para no destrozarse un tobillo o no tropezar, la visibilidad era
escasa.
Era una noche cerrada, las nubes ocultaban
la luna y las estrellas, la poca luz que se escapaba de entre esas bolas
oscuras de algodón dibujaba figuras fantasmagóricas ayudadas por los árboles y
arbustos. Toni tenía dos opciones; dejarse llevar por la desesperación o
mantener la cabeza fría y llegar a casa. Optó por lo segundo. Sabía que; paso
que daba era un metro menos que le faltaba para llegar, por lo que se impuso
correr despacio pero de forma continuada. Su mente la ocupó con imágenes del
bosque en pleno amanecer: los colores vivos, los cantos de los pájaros, cientos
de olores maravillosos y esa sensación de libertad que le invadía. Se embutió
en esa idea y siguió hacia adelante.
Gruesos goterones de agua le golpeaban en
todo el cuerpo y la temperatura bajaba más a cada momento, apenas le quedaban
tres mil metros para llegar a la entrada del pueblo. Era imposible avanzar,
tenía que buscar un lugar seguro y seco hasta que amainase la tormenta. Recordó
que a pocos metros se encontraban las ruinas de unas pequeñas instalaciones de
la vieja mina, apenas veía y se esforzó por vislumbrar algún pequeño indicio
que le guiase, aunque con esa oscuridad era imposible ver nada. A su parte
derecha creyó ver un pequeño resplandor y se dirigió a él con mucha precaución.
La pequeña emisión se movía despacio y lo fue guiando hasta que encontró la casa
adosada a la montaña. Evitando los escombros entró por lo que creía que había
sido alguna vez la puerta. Toni se guiaba por la suave luz que veía al fondo,
de su boca salieron palabras de aviso advirtiendo de su entrada en la casa: —
¡HOLA!, ¿HOLA?, ¿hay alguien ahí?— decía con voz temblorosa.
— Solo busco
refugio, hace frío y llueve demasiado fuerte, ¿hola?—.
A medida que hablaba y cuando
llevaba bastantes metros andados, se acercaba a la habitación vagamente
iluminada. Se asomó, vio a un chico de entre trece y dieciséis años de edad,
sentado, de espaldas y con las manos extendidas hacia una vela.
— Hola, me
llamo Toni y busco refugio. ¿Te importa que me quede contigo un rato?
El muchacho se giró y le hizo gestos para indicarle que se aproximara.
Lo hizo, la luminosidad de la vela reconfortaba pero hacía mucho frío, una
corriente de aíre que provenía de una esquina, al fondo de la habitación, de lo
que debió ser un derrumbe parcial del techo, lo estaba congelando. El joven
extendió su brazo y con su dedo señaló una chaqueta que estaba tirada en un
rincón llena de polvo. Toni se levantó, la cogió y se la puso, le venía pequeña
pero no le importó, necesitaba entrar en calor. Los minutos fueron pasando y el
muchacho no decía nada, se limitaba a estar sentado junto a la vela. Después de
un buen rato, o eso le pareció, la calma secundaba la tormenta dejando de llover. Toni se
levantó y le dijo al chico que deberían marchar, que tenían que volver, era
hora de que regresaran al pueblo. El joven le miró mientras se incorporaba, una
gran sonrisa ocupaba su cara y le dijo adiós con la mano a la vez que Toni salía de la construcción,
apagó la vela y se encaminó hacia la parte destruida de la habitación donde se
encontraba.
Toni nada más entrar en el pueblo se topó
con la Benemérita ,
el coche de la Guardia
Civil con las luces giratorias azules encendidas frenó
delante de él y bajaron el sargento y el conductor — ¿Toni García?, ¿Eres Toni García?
— Sí, soy yo.
He tenido problemas con la tormenta, pero por fin he llegado.
— Hemos
recibido aviso de Doña Juliana, usted había salido por la tarde a correr y no
tenía constancia de su regreso. Íbamos ahora a buscarlo— le informó el sargento.
— Siento mucho
las molestias, me ha pillado el aguacero, se me ha hecho de noche y no podía continuar. Me he tenido que
refugiar en La Mina.
— No pasa
nada, para esto estamos. Suba al coche y le llevaremos a su casa, necesita una
buena ducha y quitarse la ropa mojada.
Entró al coche
y cuando llegaron a la puerta de su domicilio, se encendieron las luces
interiores del habitáculo, el sargento se giró en su asiento y se dispuso a
despedirse de Toni, antes de decir nada su cara cambió, estaba blanco y
señalándole dijo: — ¿esa chaqueta es tuya?, ¿de dónde la has sacado? ¿DIME DE DÓNDE
LA HAS ENCONTRADO ?
— No es mía
señor, tenía frío y la cogí de la ruina donde me cobijé en La Mina. Estaba tirada
en el suelo de la habitación— le respondió.
— Tendrás que
acompañarnos, nos vamos a La
Mina. Llévanos , exactamente, al lugar dónde has encontrado esa
chaqueta.
Toni, cansado y aterido de frío, no entendía
nada, pero intuyó que algo grave estaba sucediendo y que se había visto
involucrado. Les fue explicando cómo llegar al cuarto de donde recogió la
chaqueta y les indicó como llegar con el coche al sitio exacto. El sargento cogió la linterna y bajó muy
apresurado adentrándose en la casa medio derruida. Él se quedó en el automóvil
y le preguntó al conductor qué era lo que estaba pasando. La historia era
sencilla y trágica; en un día como hoy,
hace dos años exactamente y también con tormenta, su hijo de catorce años
desapareció. Hasta el momento nadie había tenido noticias suyas. Se le buscó
por los alrededores del pueblo, se hicieron batidas por los bosques, pero no se
le encontró. Tenía la costumbre de salir a pasear y a correr solo. Ese día
había salido a pasear y llevaba puesta una chaqueta muy parecida a la que
había encontrado, fue un regalo de su
padre por su cumpleaños. De repente, un
grito desgarrador rompió la noche, el Guardia Civil saltó del coche, con la
linterna en una mano y la pistola en la otra, se introdujo en la casa llamando
a su superior. Toni fue detrás… al llegar a la habitación donde él se había
protegido de la tormenta vio al sargento
quitando cascotes de la zona que estaba parcialmente derruida y al número
enfocando con su linterna. Se acercó y pudo ver que debajo de aquellos
escombros se encontraba un cuerpo que portaba la misma ropa que el chico que le
acogió.
Al día siguiente Toni tuvo que personarse
en las dependencias de la
Guardia Civil para relatar lo acontecido y firmar su
declaración. Naturalmente, y para que no le tomaran por loco, modificó un poco
la historia. Aunque y a pesar de la tragedia, en su fuero interno, estaba muy
agradecido a ese joven que se levantó de entre los escombros convirtiéndose en su Ángel de La Guarda.