Final de la cuesta de Santo
Domingo, llevo las zapatillas, pañuelo rojo y el periódico enrollado en la
mano. Siento las manos sudorosas, un hormigueo en la boca del estomago y los
nervios a flor de piel. Es la hora, salida explosiva. Tengo 280 metros hasta la
plaza del Ayuntamiento, la calle es estrecha y con pendiente hacia arriba. Me
fijo, no hay sitio donde esconderme. Salgo a la plaza, esto se ensancha. Paso a
varias personas, pero apenas las veo, estoy concentrado en correr. Giro a la
izquierda, calle Mercaderes, veo donde van las vallas, en la tele me pareció
que todo era mas ancho. Me entra miedo, aunque sigo corriendo. Tropiezo con
varias personas, de mi boca intenta salir una disculpa y lo único que sale es
un sonido ininteligible. Arribo a la famosa curva de Mercaderes donde los toros
suelen caer y estamparse contra la valla. Enfilo la calle Estafeta, con ligera
pendiente hacia abajo, aprieto los dientes y acelero el ritmo. Como un rayo
atravieso Telefónica y encaro la plaza, oigo pitidos de coches, no me importa,
con ligero giro a la izquierda entro en el callejón y desciendo hasta la
puerta.
Mañana con corredores y toros
será la hostia.