¡ Shhhhhhhhhhhhhh!!, la
bibliotecaria pide silencio continuamente. Los niños que están en la parte
infantil hablan, se distraen y apenas hacen caso al cuento que tienen delante.
Una madre persigue a su bebé que se divierte arrastrando las sillas de un lugar
a otro.
El murmullo de las personas que
conversan en la plaza sube y baja en función de la apertura de la puerta. Una
melodía de flautas se apodera de las voces de la calle. Se puede identificar la
canción, la más conocida de la película “Los niños del Coro” pronto inunda la biblioteca. Me asomo por
curiosidad; tres niñas con uniforme escolar ensayan la canción en el rincón más
oculto de la plaza. Un rincón que se encuentra, ¡justamente!, al lado de la
biblioteca. Dura poco, aunque ha sido intenso. De nuevo los sonidos de la plaza
llegan de manera atenuada. Es llevadero, siempre y cuando, la puerta permanezca
cerrada. Pero esta tarde no es mi tarde, el acceso nunca estaba quieto el tiempo suficiente. El tráfico está
entusiasmado, padres y niños entran y salen como si de un centro comercial en
hora punta se tratase.
Miro a la bibliotecaria. Ella con
porte serio sigue “¡Shhhhhhhhhhhhh!”. Se levanta e invita a varios niños a
salir a jugar a la plaza. En unos minutos la estancia es más confortable, casi
llegamos a ese nivel de silencio que considero debería ser sagrado. Por fin
puedo concentrarme para escribir algo. Me preparo, miro a la calle buscando mi
inspiración. La visión se torna opaca. Los cristales se llenan de adolescentes.
Muevo la cabeza y me fijo en los libros; novela, ciencias aplicadas, ciencias
puras, ciencias sociales, …, el orden de los libros me llama la atención. Puede
ser un buen tema.
De repente, un sonido estridente parece surgir de las
manos de las adolescentes del cristal, música, música de móvil y más música de
móvil.
Me levanto, hoy no es día para
escribir nada.
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