martes, 29 de enero de 2013

NADA SE ES SI AL FINAL TE OLVIDAN

Benito Cabañeros llegó al pueblo con su familia cuando la fábrica donde trabajaba se instaló a pocos kilómetros. Tardó unos años en entrar en la política local, siempre había sido rechazado por “forastero” al igual que muchos otros vecinos en su misma circunstancia. Él  la entendía  como algo que debía de hacerse para solucionar los problemas de los vecinos. Tras muchos años de ver como el pueblo en el que vivía, y donde el creía que pasaría el resto de su vida, seguía estancado y no evolucionaba decidió con un grupo de amigos lanzarse al ruedo. Sé afiliaron a un partido político de ámbito estatal y sin un puñetero duro, pero con mucha imaginación, trabajo unido a las ganas de cambio de los votantes,  consiguieron mayoría absoluta en el ayuntamiento.

      Su vida cambió drásticamente; a la dura jornada laboral en la fábrica, a su derecho y deber como padre se le unía la ocupación no retribuida del servicio público. Los días se hacían largos y las noches muy cortas.  Tantos años de desgobierno y despreocupación habían convertido el pequeño ayuntamiento en un cortijo para unos pocos y en un caos de papeles y expedientes por resolver. Su lucha fue dura; la contratación de nuevo personal laboral, oposiciones para las nuevas plazas de funcionarios, la jubilación de “los capataces del cortijo”, la completa ordenación de todo el archivo, la reestructuración de todos los antiguos servicios, la creación de muchos nuevos, la construcción de nuevas instalaciones y lo peor de todo… hacer frente al poder económico, cultural y religioso que siempre habían impuestos sus normas en la localidad.

     Nunca le perdonaron que fuese por libre, que tratara a todos por igual (independientemente de su procedencia, creencias o medios económicos). Desde el primer día fue criticado y calumniado, acosado e incluso amenazado. Muchos de los plenos de la corporación se tuvieron que celebrar bajo la seguridad de la Guardia Civil. Aunque parezca raro había gente que no deseaba que las cosas mejorasen y fuesen transformadas.

     El agua potable, el alumbrado público, parques y jardines, asfaltado de calles, un nuevo Centro de Salud, un nuevo Colegio, el Hogar de los Jubilados, la Casa de la Juventud, la rehabilitación y ampliación del Ayuntamiento, la creación de los Servicios Sociales y la  Policía Local no fueron actos suficientemente válidos ante la afrenta de no participar en las procesiones, de no asistir a la misa de los domingos, de no malgastar el dinero en fiestas y de haber cambiado el nombre de las calles (curas, dictador, militares y servidores del viejo régimen) por artistas, científicos, luchadores por la joven democracia e incluso antiguos nombres que se recuperaron.  En definitiva, no podían tolerar que un forastero hiciera más por el pueblo que los que se habían distinguido por ser de denominación de origen.

     A los seis años tuvo que dejarlo, lo que no pudieron conseguir las fuerzas vivas de la localidad lo logró su economía doméstica y su familia. Su mujer cansada de vivir sin su marido, obligada a atender a sus hijos, a trabajar (debido a que a su esposo le descontaban de la nómina del trabajo las horas que dedicaba al ayuntamiento), y que de su labor como Alcalde sólo conseguía la satisfacción personal por el deber cumplido, pero ningún beneficio para su maltrecha renta familiar, no le quedó otra salida que aceptar el ascenso e irse a vivir a la capital.  
     Los que se quedaron en su lugar carecían de su entusiasmo por el trabajo, de su ilusión, de su carisma y  de su capacidad de sacrifico. Sin él y frente a los grandes medios económicos que emplearon “los pura sangre” locales,  los de siempre pronto se hicieron de nuevo con el consistorio. Dedicaron todo su esfuerzo a borrar todo rastro de Benito, desaparecieron misteriosamente las placas de los edificios inaugurados, fotos, etc… Con el tiempo extendieron la idea de que el pueblo había crecido y modernizado gracias a ellos. Y de Benito nunca más se supo.

     Esto, nieto mío, te lo cuento porque pronto me iré al otro barrio y me parece muy injusto que al señor Cabañeros no lo recuerde nadie, gracias a él este pueblo es lo que es. Todos los que vinieron detrás no movieron ni un dedo si no recibían suculentas dietas y un buen sueldo por ejercer de políticos locales, además de los grandes negocios que realizaron con el ladrillo y  que  para muchos, de los que tú conoces, les permitió  amasar  la riqueza que ahora poseen. Te pido que algún día saques a la luz la labor de esos seis años. Que honres la memoria de ese Alcalde y de las personas que de forma totalmente desinteresada  hicieron entrar a este pueblo en el siglo XX y lo prepararon para el XXI.  

3 comentarios:

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Abordas un tema que se repite incesantemente a lo largo de la historia de la humanidad, Carlos y lo haces con soltura, encuadrandolo en su temporalidad y con un ritmo narrativo muy bueno para la extensión de la pieza.

¡Buen trabajo!

Un saludo,

Carlos Campos Naharros dijo...

Gracias Pedro, valoro mucho tu comentario. Un saludo.

Raúl dijo...

Interesante, esta primera entrada que te leo.
Darte además las gracias por tu visita y tu comentario.