El local estaba de
moda y no era posible cenar allí sin reserva previa. El éxito era notable,
sobre todo por la falta de espacio entre comensales. Los camareros y camareras,
vestidos de riguroso negro, destacaban por el trato excesivamente amable,
sus peinados a la moda y sus decoraciones faciales; piercing, tattoos y barbas
pobladas en los hombres. Allí estábamos los cuatro en uno de los lugares más
oscuros, a la luz de, ¿una romántica vela?, embutidos en las sillas y rodeados de gente
desconocida a las que apenas veíamos, aunque
las podíamos oír.
Una traicionera
llamada telefónica a las ocho de la mañana de un sábado, después de un viernes noche de movido
concierto de punk-rock, me transmitía noticias de un antiguo amigo del cual no sabía
nada desde tiempos inmemorables. La propuesta era sencilla y en parte atractiva; una cena ese
mismo día con su nueva novia y una amiga de esta, en un restaurante moderno
situado en una de las zonas de más marcha de Valencia. Acepté, no tenía nada
mejor que hacer.
Llegué tarde, ellos
ya se encontraban dentro disfrutando de una cerveza. Un curioso camarero que
controlaba la entrada me acompañó entre
pasillos estrechos y algún escondido escalón.
Disculpas por el retraso, un efusivo abrazo y una rápida presentación
fue el preludio de la velada.
Juan no paraba de
hablar, mucho era el tiempo que no nos veíamos y demasiadas las cosas que contar. La cerveza
fue sustituida por un vino de la tierra en cuanto comenzaron a llegar los
platos tan bien decorados, aunque escasos de contenido. En nuestra
tercera botella; mientras escuchábamos las batallitas y a pesar de la cantidad
de gente, la percepción de intimidad era mayor. Mi atención se desviaba hacia
su novia y la amiga, primero a la cara y luego, sin querer o poder evitarlo, al bonito escote que llevaban ambas. Me alegré
mucho cuando decidieron ir al baño, por fin las podía observar de cuerpo
entero. La visión que me brindaron era gratificante, no tenían un cuerpo
escultural, tampoco lo necesitaban, sus faldas dejaban ver unas preciosas piernas y en
conjunto la armonía de sus líneas me parecieron muy atractivas.
La cuarta
botella dio salida a los instintos. Una mano juguetona, como sin quererlo al
principio y de forma decidida después, se puso a recorrer mi pierna. Miré a la
amiga y vi que disimulaba muy bien, no sé le notaba que me estaba tocando por
debajo de la mesa. Al poco tiempo no pude aguantar, necesitaba devolverle lo que me estaba dando.
Ella sabía muy bien donde acariciar, su tacto era muy placentero y se movía de forma
experta. Dejé escabullir mi diestra en la zona oculta, la mandé directa
y de forma suave a su muslo. Ella pegó un imperceptible bote, me miró, me
sonrió, su cabeza se agachó un poco y se dejó hacer. Entre el vino y otros menesteres el calor
invadía nuestros cuerpos e imagino que los coloretes inundaban nuestros
rostros. De forma súbita y un poco brusca aparté la garra que me estaba
consumiendo de gusto. No quería decorar el suelo o la ropa de mis compañeros,
así que interrumpí su acción. Dirigí mis ojos hacia ella y vi que seguía
concentrada en un punto de la mesa y permanecía abstraída en sí misma. Al empezar a acariciarla me había parecido un
poco reticente, en estos momentos se encontraba completamente entregada a la
atención que le estaba prestando. Juan continuaba
hablándole a su novia, era incansable,
mientras ella le miraba como ausente y mantenía una sonrisa picarona en
su rostro ¿Se habría dado cuenta de lo que sucedía bajo el mantel?
Terminada la cena nos fuimos a un bar de copas, el lugar no
estaba excesivamente lleno y conseguimos un pequeño recoveco donde estar a
gusto, poder charlar, beber y bailar. La
amiga no se había separado de mi desde la salida del restaurante. Juan me
miraba sin entender que estaba pasando,
ya que entre ella y yo apenas habíamos cruzado palabras. Él la veía como
me cogía y de vez en cuando me besaba. Creo que estaba asombrado y a la vez
alegre, la cita a ciegas parecía que había
funcionado.
Les propuse ir a
la barra a por otra ronda de lo mismo, gustosamente aceptaron la invitación y
la novia de mi amigo se ofreció para ayudarme con los vasos. Esperando a que nos atendieran y sin dejar de
sonreír me preguntó: – ¿Te ha gustado?–
– ¿El qué?, ¿tú amiga, el restaurante, la velada? En general
todo ha estado muy bien, me ha encantado.– Le contesté.
Con esos bonitos ojos tan resplandecientes y esa sonrisa traviesa
que le había visto lucir en el restaurante me sentenció:
– Me hubiese gustado rematar la faena, pero no me has dejado.
Ya tendremos ocasión de seguir en otro momento. Estás muy bueno y esto no se va
a quedar así–
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