domingo, 27 de noviembre de 2016

Domingo otoñal

     La penumbra me acompañaba mientras permanecía acostado en mi cama con los ojos cerrados. Una melodía formada por el sonido de miles de gotas que golpeaban incansablemente las hojas de los árboles, la barandilla metálica y el cemento del balcón, entraba suavemente por la puerta cerrada que daba al exterior. El delicioso silencio de la habitación,  apenas perturbado por la lluvia, me envolvía en una paz que entre semana era imposible de hallar.
     Envuelto semidesnudo en una sábana suave de raso, me dejé llevar por la suave caricia de la seda,  disfrutando del roce, dejando que cada poro de mi piel sintiera libremente ese contacto.
     El momento que se había creado de forma fortuita; ligera música natural exterior y la paz interior,  me habían elevado a un estado de trance tal, que apenas pude distinguir  como algo ajeno, al entorno creado, irrumpía entre los dedos de mi pie derecho.  Al principio de modo muy sutil y lento recorría mi cuerpo, después, de manera más atrevida y con mayor acercamiento, abandonó esa parte subiendo por el tobillo camino de mi rodilla. Se recreaba antes de seguir avanzando y junto al movimiento se empezaba a percibir una respiración cada vez más agitada. Una ligera excitación rompía la tranquilidad pasada en cuanto la articulación fue dejada atrás y el muslo pasó a ser el principal acogedor de la incursión que estaba sufriendo. Cambié mi posición para que el pantalón corto del pijama no fuese un obstáculo a esa cálida mano, la maniobra fue un éxito,  sin problemas traspasó el umbral llegando a la parte más delicada que ya de manera impaciente la esperaba totalmente alegre.
            —Noto que ya te has despertado completamente— me susurró al oído.
            —Sí, ya me tienes dispuesto para complacerte en lo que quieras— le contesté con voz suave y entrecortada.
          —Pues... necesito que me lleves a la estación, está lloviendo y no quiero ir andando, así que pégate una ducha y vístete.—
            —¿Ya?—
         —Apenas nos queda tiempo, si no nos damos prisa... perderé el tren— respondió de forma dulce y seductora. 
            —¡Tenemos tiempo suficiente!—le dije mientras le sonreía y la atraía hacia mí.
            
            

2 comentarios:

Antonio Sanchez dijo...

Apenas en las cuarenta lineas de la entrada del relato corto, que se nos presentan a la vista, ya se percibe en Carlos una madurez en el tratamiento de las emociones, de los tiempos y del escenario nos permite sospechar que tiene recorrido para acometer una obra de mayor calado.
Lo animamos y la esperamos.

Antonio.

Carlos Campos Naharros dijo...

¡Muchas gracias! El proyecto existe, solo el tiempo y la perseverancia podrán recompensarnos con el fruto deseado. Ojalá sea así. Sabes que te aprecio y tus palabras me llenan, de nuevo, ¡gracias!